15.4.06

“Psiconautas o la autodestrucción” de Alberto Vázquez (Astiberri, 2006)


La vida se da entre un millón de muertes y se desflora en la adolescencia, cuando sólo queda el silencio y se han secado las lágrimas. Qué sola se queda la tristeza después de abandonar lo cotidiano, y tras los bostezos del insomnio, y si la vista no ve más allá que para uno mismo… ¿qué queda? La incomprensión, la nada, y el resto es silencio.

Alberto Vázquez escupe a la cara del lector nuestros sentimientos de culpa, de abandono, donde nada es gratuito y que la vida es lepra, carne purulenta que se ahoga en un estremecimiento sordo. Y se busca un sentido, un por qué, pero es que el hecho de llegar al acabamiento, es el único y verosímil sentido, la verdadera prueba de vida. La Esperanza es un estado latente de sufrimiento.

Las tres primeras páginas del tebeo muestran los estadios y estados de ánimo de la historia/s, conformando la retícula simbólica del mundo: el mar o el inicio, la derrota última o Muerte, en donde todas las vidas van a parar a dar, sí, pero el Mar nunca se llena (Eclesiastés, I, 7); y la lengua de mar se abisma en la neblina, en el futuro, en la blancura lechosa de la Nada; los esqueletos de las grúas solitarias, congeladas en el instante; el canto de un pájaro o clarín del desamparo, mensajero de la Muerte,; y las barcas o vidas han llegado a puerto, embarrancadas en la arena, ante la vista gélida de una torre, como un faro inclinado, que señala, acusador; vemos el perfil del farallón que se desgasta solo frente a las fauces del mar; y luego las orillas vegetales y secas, de dibujo ondulante, de silencios latentes, plantas erizadas de astillas y espanto, como si las raíces de los árboles absorbieran el aire; y vemos en el centro de la ensenada un barco negrísimo, vigilante, atento a la tierra y al mar, sublimando la materia en sus chimeneas también negrísimas, como un Caronte incansable; y después un cementerio erizado de muertes o cruces, también absorbiendo el aire que mana de los vivos, en medio de ninguna parte; y finalmente, bosques secos, árboles ásperos y rigurosos con nuestra mirada en donde duerme o sueña Birdboy, el personaje principal de Psiconautas. Y el hombre sueña que vuela, sueña que es príncipe para finalmente despertar… En la realidad, Birdboy necesita del sueño, del alucinógeno, de la felicidad soñadora, pero felicidad a fin de cuentas, deglute las cápsulas alucinadas para seguir despierto, para seguir viviendo.

Birdboy es un personaje antropomórfico y con textura de calavera que intenta volar (en el plano literal y metafórico) pero, desgraciadamente, todo cae a la tierra (Ícaro, las hojas secas o el mismo Demonio): no somos lo que pensamos, sino que somos lo que proyectamos y hacemos recordar a los demás.
Y luego está Dinki, como una ratita presumida, incomprendida, intentando parar el tiempo sin conseguirlo, buscando la Felicidad, o a través de pastillas o de sueños, que vive en un hogar represivo y bíblico -que no católico- y vigilada por la mirada abyecta de su hermano.

Con estas situaciones arranca la última obra de Alberto Vázquez, obra ejemplar de cómo se debe narrar una historia gráfica, donde la incomprensión, la adolescencia y la culpa se entrelazan para formar un tapiz de muerte y autodestrucción. Historia terrible y sin concesiones, oscura de sentimientos y negrísima de anhelos. Se cuenta unos personajes adolescentes en un mundo inaprensible y vacío, donde el adulto camina paralelamente sin comprender.

Cuidada edición de Astiberri con una portada bellísima y conmovedora.